
En medio de una dictadura militar, no estaba en mis planes ver estatuas del General. Menos fuera de mi país. Pero aquella opción de viajar a tierras guaraníes no se podía descartar así como así. Paraguay tendría otras cosas a parte de milicos y evangelistas.
Por aquel entonces andaba intentando cambiar mi destino. Ser torta en un pueblo chico no era tarea fácil, menos en aquellos tiempos de silencio obligado. Así que entre bofetadas familiares, habladurías de pueblo, sanciones de colegio católico y abandono de amigas normales, dejé el río y me instalé frente al estuario. Montevideo se me antojaba Europa; pero en asuntos de orientación e identidad sexual, resultó ser más una aldea social que una ciudad de vanguardia.
Ante aquella desilusión capitalina, y en medio de una adolescencia acallada por las autoridades y la mojigatería pueblerina, incursioné en la búsqueda de la verdad que me haría libre: Cristo Jesús ¡La Respuesta!
Y no es que la religión cristiana fuese mi objetivo de vida. Supongo que si Charles Manson hubiese llegado hasta mí con una descripción de felicidad tan perfecta, hubiese sido también su seguidora.
Allí me encontraba yo por los 70 y pico, intentando ser aceptada como ser normal, cuando me ofrecen un viaje misionero. Nadie sabía de mi lucha por dejar de ser homoerectuslesbian, es decir una torta activa con todas las letras. Ni de mis oraciones nocturna para que el espíritu santo me quitara el demonio hormonal que me provocaba la hija del pastor, cuando llegó la noticia que me condenaría por siempre a las llamas del infierno:
-Victoria y Maribel, han sido elegidas para viajar juntas en la misión de jóvenes cristiano de nuestra Iglesia rumbo Asunción del Paraguay.
Confieso, el viaje me pareció una tentación demoníaca. La manzanita que tentaría mi diente.

Pararon los días, he instalada en medio de gringos rubios con dinero y cruces en la solapa, escuché la voz apagada de un pueblo que llevaba tristeza en los ojos. Por alguna razón, los ojos de los indígenas se me hacían tristes. Más tristes que en las postales de UNICEF.
Aquella tierra colorada no tenía nada de atractivo a mis ojos. Salvo la gente, la pobreza magistral, los piojos, el guaraní como lengua oficial, los indios en la reserva luciendo Levi´s, salvo eso y las residencias de los millonarios dictadores, nada me decía aquella geografía de humedad y mosquitos.
A casi un mes de vivir en Asunción, lejos estaba yo de saber que Paraguay, había sido en un tiempo nuestra primer potencia americana. Padre mío Galeano aún no había podido hablar sobre “Las Venas Abiertas de América Latina”. Y la Biblia - lectura diaria en las misiones- jamás mencionó a Paraguay cómo parte del mundo de Dios. Creo que a Dios se les escapó ese detalle.

Hasta que un viaje a las afueras de la ciudad, iluminó mi mente y entonces, descubrí dos cosas:
1. el cuerpo de Maribel medio desnudo. Una cama grande. Una noche de fiebre hormonal. Un calor que en Montevideo no se conocía. Y mi condena al infierno para toda la vida. Subirse sobre el cuerpo de la hija del pastor, no era parte de la misión.
2. las cataratas del Iguazú. Sí. El único espacio sin bustos al General Stroessner. Sin milicos, sin metralletas. La garganta del Diablo convirtiendo un hilito de agua en un grito desesperado de libertad; mi primer bandera del arco iris brillando por sobre el agua caída. La bandera del arco iris natural. Y el verde inmenso, húmedo de una selva que parecía el monte erótico del continente.
Una imagen convertida en otra. Un paisaje, una geografía que se asemejaba al sexo caliente de una mujer:
la vagina húmeda de mi América Latina.
Allí, decidí quedarme para siempre.
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