sábado, 7 de abril de 2007

Quebrada de los Cuervos, Treinta y Tres.

La carrera de geógrafa al igual que el lesbianismo, en teoría, no eran mi máxima aspiración. Claro que en las cuestiones prácticas, la cosa fue diferente. Las salidas de campo anuales, más allá del aprendizaje académico, lograban enamorarme más de la tierra. Y la tierra terminó siendo como el cuerpo de una mujer: un enigmático y mágico objeto de exploración.

Nada sabía yo del tiempo geológico ni de los dominios morfoclimáticos. Después de todo aprender sobre microclimas y agentes erosivos no era algo que me quitara el sueño. En cambio las salidas de campo me llenaban de insomnio. Cada año elegíamos un lugar donde ir, preparábamos el material de estudio y recogíamos los fondos para solventar los gastos. Durante el tercer año de carrera elegimos el departamento de Treinta y Tres. El trabajo abarcaba el estudio de la geografía humana, económica y física. Mi inclinación por la geopolítica siempre me había alejado de la geografía física, pero ese año, opté por incluirme en el grupo de geomorfología.

Fue así como llegué hasta la Quebrada de los Cuervos. El lugar exacto para el encuentro con el llamado sistema morfogenético: meteorización, transporte y acumulación de sedimentos que conforman el relieve.
Emilia era la estudiante más avanzada en el curso de morfología de la tierra, por lo cual, registrarme en su grupo fue una idea muy acertada. Viajamos juntas todo el recorrido, y juntas exploramos el arroyo Yerbal Chico y sus alrededores. También nos perdimos entre la tupida y variada vegetación para fumar un porrito.
Y es que al decir de Emilia:
“No sé por qué a los futuros profesores nos niegan el placer de vivir la magia en medio de paisajes como éstos”, no podía anteponérsele el reglamento de la Salida de Campo: “no drogas, no alcohol, no bailes, no amoríos, no, no, no, no...”.

En medio de la inmensidad de aquella grieta que alguna vez en millones de años se abrió en la tierra, Emilia me enseñaba de microclimas, de yerbas buenas, de yerbas malas, de helechos, de fauna autóctona, de procesos erosivos y divagaba en procesos geológicos y morfológicos. En realidad, más que saber cómo científicamente se había generado aquella quebrada, yo, descubría el paisaje con todos mis sentidos.


- Para descubrir la piel de la tierra, hay que viajar hasta donde se abre, y aquí, en medio de éste lugar, la tierra se abrió algún día.
- La verdad Emilia, jamás me puse a pensar en qué la tierra tuviese piel. Tampoco tenía idea que se había abierto algún día. Pero me basta con saber que existe y apreciar su belleza.
- Te faltan mucho andar para conocer la tierra.

La Quebrada estaba llena de magia, aunque el porrito no fuera nada del otro mundo, bastaba con mirar a mi alrededor para descubrir que un segundo geológico eran millones de años humanos. El tiempo allí, era puro enigma.

Mi cerebro no podía entender, por más que me llenaran la cabeza de explicaciones científicas, como un hilito de agua y un montón de pequeñas diferencias climáticas, podían esculpir aquel monumento natural sobre la epidermis terrestre.
La ciencia no podía cubrir todas mis interrogantes, había una al menos que no era ni la hidrografía, ni la geología, ni la geomorfología que podría responderla.¿Quién había dado pie a tanta belleza en aquella obra de arte?

A nuestro regreso en Montevideo, Emilia y yo nos reunimos varias veces para realizar el reporte de estudio. Luego de nuestro tercer día de trabajo, estando en su casa, fuí invitada a cenar con la familia. Su marido era un músico bohemio que gustaba más del vino que de las cuerdas de la guitarra, pero digamos, que pertenecía al grupo de los borrachos con estilo musical propio. No sabía bien si estaba escuchando una letra de Zitarrosa o de Lennon, pero de todos modos, no me interesaba en absoluto discutir el repertorio con él. Tampoco escucharle hablar de la Quebrada como si hubiese estado allí con nosotras. A los borrachos es mejor seguirles la corriente.

Emilia sugirió que me quedara a dormir, ya que era tarde y llovía mucho. Me pareció apropiada la idea. Lo que no me cerró mucho la cuenta, fue la orden que le dio al marido:
- Vos dormí en la sala, qué estás muy borracho y no te aguanto. Victoria y yo tenemos muchos que conversar del viaje a la Quebrada así que nos acostaremos en la cama grande.

En realidad, tomé mis malos pensamientos como una deformación profesional. Digamos, mi experiencia lésbica de años, podía jugarme una mala pasada y oler seducción dónde no lo había. Después de todo, recordé que cuando era niña, mi mamá adoptiva solía dormir con mi tía cuando nos visitaba para charlar más a gusto de sus cosas durante la noche. Y mi papá dormía en el sillón de la sala.

Cuando llegamos a la recámara, confieso se me subieron los colores a la cara. Era una recámara sumamente erótica. Y en lugar de mirar las fotos de la Quebrada de los Cuervos que Emilia desparramó sobre la cama, me dediqué a mirar los cuadros de cuerpos desnudos que colgaban de la pared.
- Me gusta mucho la fotografía de desnudos –dijo como excusándose.
- Creo que ésta recama inspira más que para hablar de geografía, hablar de arte.
- ¿Pensás que la geografía es solamente ciencia?- mientras dejaba al descubierto su gusto por no usar sostén.
- En realidad, creo que la geografía es una ciencia que estudia obras de arte.
- ¡En verdad la Quebrada de los Cuervos es una obra de arte!
- Es como el estudio de las mujeres. No hay arte más perfecto que el cuerpo de una mujer sin embargo, lo estudia la anatomía, la genética.
- ¿Vos crees que la tierra es cómo el cuerpo de una mujer?
- ¿Y no fuiste vos quien me dijo que el relieve era la piel de la tierra? Si la tierra tiene una piel tan hermosa como el que estudiamos el otro día, tiene que ser un cuerpo de mujer.
- ¿Por qué siempre decís palabras qué me transportan?- y se metió desnuda entre las sábanas.

Al otro día por la mañana, mientras las tostadas se quemaban en el tostador, Emilia y yo nos seguíamos besando en la cocina.

- No me queda claro Emilia, entonces ¿vos sos bisexual?
- Digamos que inauguro con vos. Creo que soy un objeto de exploración y descubrí tu vocación exploradora en la salida de campo.

Sobre mujeres y geografía, se aprende más en el laboratorio que en las bibliotecas.






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